La olvidada.

No le basta con estar cerca, tiene que estar pegada a mí. Su hocico busca con cierta tosquedad hacer contacto con mis manos. ¿Hace cuánto esta gata no recibe mimo alguno?, me pregunto aunque la respuesta ya la sé.

Tiempo atrás había sido la reina de la casa. Gozaba de acceso libre a todos los rincones, entraba y salía a cualquier hora y tenía un collar con su nombre grabado en un pececito plateado. Todos la acariciaban al pasar, la saludaban a la mañana y la llamaban para la hora de cenar.  Su pelo negro brillaba hasta en la oscuridad.

Eso, tiempo atrás.

Ahora parece implorar por atención, raspa la ventana y su maullido parece un chirrido. Tiene prohibida la entrada a la casa por tener pulgas y come bajo el sucio techo de la entrada. Su pelaje está lleno de polvo y al tocarlo se siente áspero. Lleva una mirada extraña como si no tuviera profundidad, como si no tuviese nada de amor.

Se lo olvidó, al amor, cuando la olvidaron a ella.

La acurruco contra mi pecho con la esperanza de reconfortarla, aunque sea, un ratito.

la olvidada

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