Sinceridad animal, violenta, salvaje. Dos mini orugas en el pasto, conversan, gesticulan, miran, piensan, crean pero no se tocan. Victimas de su sensibilidad, no sufren, se aguijonean. Estímulos mentales más no corporales.
Báncate ese defecto, ó cópialo. O exagéralo. No importa. Construite, date forma, moldéate. Mira para al costado, no para ese, el otro digo, el lado repleto de conceptos finos, estéticos, elegantes.
Aférrate a una postura. Estar o no dormido. Esa es la nueva cuestión a debatir. La agresividad inerte del insomnio choca contra el miedo de perder algo hermoso por estar inmerso en sueños, de esos que revelan los temores y los deseos. Antes de elegir, pensá en lo que dijo un hombre con la clara intensión de marcar la vida de otro: el que mira hacia afuera, sueña; el que mira hacia adentro, despierta.
Urgencia de sensaciones. Un brownie demorado a causa del piquete de caprichos. Sirenas de fondo y la mirada fija en la nada. Aunque no puedan explicarlo, tampoco pueden negarlo. Demoradores de placer. Imaginan un espacio suspendido en el tiempo donde las explicaciones sufran de vértigo, donde la belleza se edifique sin quimeras. Que sea palpable.
Sin anillos, sin descanso, sin remedio. Enroscados, pasados de rosca. Las mini orugas no quieren padecer del efecto bicho bolita ni mucho menos quieren saber del efecto puercoespín.
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